Felipe Zurita Garrido
Ustedes que ya escucharon
la historia que se contó
no sigan allí sentados
pensando que ya pasó.
No basta sólo el recuerdo,
el canto no bastará.
No basta sólo el lamento,
miremos la realidad.
Quizás mañana o pasado
o bien, en un tiempo más,
la historia que han escuchado
de nuevo sucederá.
Es Chile un país tan largo,
mil cosas pueden pasar
si es que no nos preparamos
resueltos para luchar.
Tenemos razones puras,
tenemos por qué pelear.
Tenemos las manos duras,
tenemos con qué ganar.
(Luis Advis, 1969)
La “Cantata de Santa María de Iquique”, compuesta por Luis Advis e interpretada, entre otros, por el Grupo Quilapayún, es una de las piezas musicales fundamentales del movimiento artístico de la Nueva Canción Chilena. En ella se abordan narrativamente los meandros y relaciones de fuerza que componen uno de los episodios más sangrientos de la historicidad chilena: la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique. Corría fines del año 1907 y los trabajadores de diferentes Oficinas Salitreras comenzaron a organizarse para realizar una huelga general y demandar diferentes mejoras en las condiciones de vida y trabajo. Para dar viabilidad a aquello, viajaron desde diferentes puntos junto a sus familias hacía la ciudad de Iquique, con la idea de presentar sus demandas a las autoridades y patrones. Después de casi una semana y estando la parte mayoritaria de estos hospedados en la Escuela Santa María de Iquique, recibieron la respuesta a sus demandas el día 21 de Diciembre, estas fueron ráfagas de metrallas junto a remates de lanza y sable de parte del Ejercito de Chile dirigido por el Coronel Roberto Silva Renard, quien actuó después de la autorización de abrir fuego contra los trabajadores enviada por el Ministro del Interior Rafael Sotomayor. Cerca de 3.600 hombres, mujeres y niños, integrantes de las familias pampinas, fundamentalmente chilenos pero también de otras nacionalidades como peruanos y bolivianos, fueron asesinados aquel día. Lo interesante del trecho de la cantata rescatado al inicio de este texto, es que en su letra hay claramente una advertencia: ese tipo de situación, una matanza hacia la población por parte del Estado, puede volver a ocurrir y para ello hay que estar preparados. “Es Chile un país tan largo, mil cosas pueden pasar” en su loca y terrible geografía.
Años más tarde, el historiador chileno Eduardo Devés Valdés estudió detallada y rigurosamente este lamentable episodio, lo que derivó en la publicación del libro“Los que van a morir te saludan. Historia de una masacre: Escuela Santa María Iquique, 1907” (1988). En la presentación a la tercera edición de este libro, el autor compartía, entre otras reflexiones, la siguiente perspectiva en torno a la utilidad de dicha publicación:
“Este libro fue escrito para evitar matanzas. No tanto para que los matadores fueran más clementes, sino principalmente para que los eventuales muertos no se pusieran en situación de ser baleados. Un afán constructivo y positivo quiso ponerse en relieve. Trabajadores más dispuestos a construir sus alternativas que a morir contra las alternativas burguesas. Trabajadores capaces de asumir su propia historia, no sólo para no repetirla sino para utilizarla de peldaño y, por qué no, de trampolín. ¿Tal vez, se trata de una pretensión muy ambiciosa de mi parte?” (Eduardo Devés, 2002, 11).
Es interesante, nuevamente, como aparece esa idea de la posibilidad del re-encuentro con las sombras del pasado, esa amenaza latente a volver a re-visitar paisajes y experiencia brutales de las cuales nos gustaría estar distantes. De esta forma, el autor aquí resalta el potencial papel de la historiografía en tanto disciplina de la memoria, dispositivo del recuerdo necesario con miras a no volver a repetir los mismos errores del pasado, conocimiento capaz de evitar matanzas. Historiografía que asumiría el potencial papel de orientar nuestro actuar en el presente, de tal modo de no volver a ser asesinados de aquellas formas tan viles e innecesarias en que otros, como cualquiera de nosotros, experimentaron en el pasado a manos del Estado. Es interesante también que al cumplirse 100 años de la Matanza de la Escuela Santa María se organizó un importante congreso de historiadores en la ciudad de Iquique, donde tuve la posibilidad de escuchar a Eduardo Devés hablar sobre su trabajo. Lo que más me llamó la atención fue justamente el hecho de que él ya no sostenía una identificación plena con lo que había escrito sobre dicho tema en el pasado. Ahora me pregunto si dicho distanciamiento incluía también a esa visión del trabajo historiográfico en tanto instancia evitadora de matanzas.
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Las reflexiones anteriores sobre la posibilidad de revivir experiencias históricas traumáticas y sobre la utilidad de la producción historiográfica para evitar la ocurrencia de las mismas surgieron claramente a partir de la vivencia, en tanto telespectador, de las movilizaciones del día 15 de Marzo en diferentes ciudades de Brasil. Estas movilizaciones, convocadas por diferentes agrupaciones, con objetivos/demandas diversas y sistemáticamente caracterizadas como pacíficas por parte importante de los medios de comunicación, portaban en sí mismas algo puntual que es un tanto familiar para mí. Vi en aquellas imágenes perspectivas y sentimientos propios del clima construido por parte de la oposición más dura al Gobierno de Salvador Allende en un momento inmediatamente anterior al Golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 en Chile. Yo aún no nacía cuando ocurrió el golpe, más, las lecturas, conversaciones familiares y análisis de fuentes, junto a las preciosas grabaciones del documental “La Batalla de Chile, la lucha de un pueblo sin armas” realizadas por el cineasta Patricio Guzmán, me ayudaron a acceder a dicho registro caracterizado por un profundo odio hacia la izquierda en general, ese visceral anticomunismo propio de la Guerra Fría, un desprecio hacia los pobres, un nacionalismo exorbitante, el apelo a la protección de valores tradicionales como la familia, una demanda de intervención violenta de las Fuerzas Armadas, la invocación vociferante de ciertos valores cristianos, el llamado de auxilio a Estados Unidos para “salvar la patria del cáncer marxista”, ese deseo de destruir física y políticamente al que piensa diferente, esa renuncia a la institucionalidad democrática como vía de resolución de los conflictos, la sedición, entre muchas otras. Algunas de estas perspectivas y sentimientos eran levantados por una parte de las personas participantes de aquella movilización, quizás, con otros relieves y otras palabras, más con el mismo carácter violento y prepotente.
Ciertamente, nada asegura que no pueda volver a ocurrir un proceso de Golpe de Estado y Dictadura Militar en cualquier país de América del Sur con experiencias autoritarias recientes. No obstante, quizás, sí es oportuno insistir en la necesaria participación en la llamada batalla por la memoria que implica el abordaje histórico y multidisciplinar de estos procesos. Quizás, la producción historiográfica en sí misma y aislada, finalmente, no tiene el poder de evitar masacres como planteaba Eduardo Devés, quizás no basta sólo el recuerdo por parte de aquellos sujetos directamente interesados o envueltos y se haga necesario avanzar hacia el desarrollo de procesos de rescate/creación/análisis/divulgación/sensibilización de aquella memoria y experiencia histórica traumática, con miras a que se haga cada vez más compleja y cada vez más inviable el tener que pasar nuevamente por un proceso de aquel tipo. Ciertamente, las diferentes instancias implicadas en la amplia y abierta formación de las personas, especialmente de las nuevas generaciones, tienen una importante responsabilidad en esto. Es claro que entre estas instancias formativas, la escuela como responsable de la educación formal de los mismos, puede y debe incluir el desafío (¡otro más!) de trabajar por el logro de una cultura marcada por el valor de la paz y el respeto de los derechos humanos. Por supuesto que es legitima la divergencia en un número abultado de problemas, podemos diferir en las maneras en que se establece la relación entre el Estado y el Mercado, podemos diferir en la dinámica de ampliar/reducir lo que se considera como derechos (sociales, económicos, políticos, identitarios), podemos diferir en las definiciones de la cosa pública, entre muchas otras, más deben existir algunos acuerdos de base, tales como que no es tolerable levantar/sostener/difundir visiones de organización de la sociedad donde se reemplace la arena de disputa política (lógicamente a ser perfeccionada) por el uso de la fuerza pura y dura, desnuda y letal, del poder de fuego organizado por el Estado contra una parte de la población.