Felipe Zurita Garrido
Chile es un país construido en base a muchos mitos, tales como el supuesto carácter virtuoso y visionario de su elite fundante que permitió organizar rápida y adecuadamente una nación; o aquel que resalta la alta calidad del aparato legal criollo que permitiría aceitar y dar solución a las diferentes problemáticas nacionales; o ese otro, quizás el más falso y vacío, que identifica a Chile como una sociedad diferenciada dentro de Latinoamérica, tanto así que los chilenos serían algo así como “los ingleses de Sudamérica”, esto debido al “éxito” de su desarrollo económico o a la profundidad de la convivencia democrática/republicana experimentada a lo largo de su historia. Señalo que es la imagen/mito más falso, porque ha sido más bien la cara terrible de la violencia la que ha dado el cariz más reconocible al proceso de construcción y convivencia nacional.
El Estado de Chile y las diversas elites gobernantes, nos han regalado para la posteridad: guerras civiles, guerras y apropiación de territorios de países vecinos, exterminio y expulsión de poblaciones indígenas, masacres de trabajadoras y trabajadores organizados, asesinatos de pobladores sin techo o campesinos sin tierra, terrorismo y desaparición de militantes de izquierda, entre otros. Estas experiencias traumáticas reiterativas en la historicidad de Chile, dejan al desnudola falsedad e hipocresía del mito de la supuesta diferencia democrática de nuestra sociedad.
Esta violencia constante, que adorna el paisaje histórico chileno, ciertamente ha afectado los diferentes ámbitos de la vida nacional. Uno de estos lamentablemente es justamente el de la educación, que ciertamente no es ajena a las tensiones políticas y sociales de su tierra. Recordamos con dolor e indignación profunda, la tortura, asesinato y desaparición de cientos de estudiantes y docentes durante la Dictadura Militar, quizás, el proceso traumático que dejó las más profundas heridas en toda la historia de Chile. La Dictadura Militar realizó diversas transformaciones, entre ellas, usurpó el derecho a la educación superior gratuita, tanto técnica como universitaria, de las y los jóvenes de Chile, al privatizar y arancelar la misma. Esta violencia económica, de exclusión y discriminación socioeconómica evidentes, golpea con fuerza a nuestra juventud hasta el presente. También, más recientemente, y justamente asociada a las movilizaciones emprendidas por la juventud chilena contra el modelo de educación neoliberal, recordamos el asesinato del estudiante Manuel Gutiérrez de 16años por parte del Carabinero Miguel Millacura el 25 de Agosto del año 2011. Manuel estaba en la calle, con un amigo y su hermano en la Comuna de Macul, cerca de casa, observando las manifestaciones relacionadas con el Paro Nacionalconvocado por la Central Unitaria de Trabajadores. El Carabinero Miguel Millacura disparó su subametralladora UZI contra un grupo de personas desarmadas, impactando en el pecho de Manuel. A pesar de que asesinó a un menor de edad, desarmado, frente a decenas de personas y mintió a losinvestigadores con apoyo de colegas de armas, el Carabinero fue condenado por la Justicia Militar a una condena de 3 años y un día en libertad vigilada.
Hoy, jueves 14 de Mayo del 2015, dos estudiantes fueron asesinados por un civil en medio de la manifestación convocadas por la Confederación de Estudiantes de Chile (CONFECH), Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CONES), Colegio de Profesores y otras organizaciones, en pos de influir en el actual proceso de reorganización del sistema educativo nacional con sus demandas de defensa de la educación pública, gratuidad de la educación, rechazo a la propuesta de carrera docente, entre otras.[1] Los estudiantes Diego Guzmán (25 años) y Exequiel Borvarán (18 años) fueron asesinados a balazos en una calle de Valparaíso por Giuseppe Antonio Briganti Weber (22 años). Lo que motivó a este último a disparar es algo increíble: Giuseppe Briganti se molestó porque los estudiantes hicieron unos rayados en la muralla exterior del departamento de su padre. Unos rayados fueron suficientes para despertar la ira de esta persona, increpar a los estudiantes y finalmente tomar la decisión de dispararles. Es increíble como situaciones tan irrelevantes pueden costar la valiosa vida de personas. Ciertamente, habrá algunos defensores radicales de la propiedad privada que justificaran la reacción del asesino. En cierta manera, nuestras sociedades se sustentan en aquella actitud al convivir sin muchas dificultades con el sufrimiento cotidiano de miles de personas que sufren por no tener propiedad alguna o por haberla violentado. Giuseppe Briganti era uno de estos, en su perfil de Facebook hay fotografías donde ostenta la posesión de diversos objetos: ropas, autos, alimentos, etc. Por otra parte, habrá quienes realcen la muerte indignante de estos estudiantes, reconociéndolos como mártires del movimiento estudiantil,como si fuese posible reducir la existencia de una persona a un aspecto tan específico.
Más allá de los problemas de generalización absurda y de la idealización ignorante de la sociedad europea, si los chilenos fuésemos los “ingleses de Sudamérica”, creo que tendríamos alguna cercanía a los hooligans o a los gurkhas, en tanto grupo humanoexpuesto constantemente a la violencia, ya sea en calidad devíctima o de victimario, casi sin posibilidades de vislumbrar un camino de acción alternativo. No obstante, también sabemos que en el Chile de ayer y en el de hoy, tenemos serias esperanzas puestas en la experiencia educativa, formal e informal, que de una u otra manera ha posibilitado históricamente, a pesar de sus limitaciones y exclusiones, la emergencia de grupos de estudiantes y docentes, hombres y mujeres, que han sido capaces de pensar y luchar por una sociedad mejor.